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James Connolly es probablemente la figura más importante en la historia de la izquierda irlandesa. Fue un dirigente de la IWW en los EEUU, pero en Irlanda es más conocido por su rol en la construcción del movimiento sindical irlandés, en su fase sindicalista, y por involucrar al cuerpo de defensa armada del sindicalismo, el Ejército de los Ciudadanos Irlandeses, en la insurrección nacionalista de 1916. Esto dejó tras de sí un legado que, a veces, puede ser reclamado no solamente por todos los partidos de izquierda de Irlanda, sino que además por los partidos nacionalistas Fianna Fáil y Sinn Fein.Connolly es una de esas figuras históricas que parecen haber sido al mismo tiempo de todo y nada. Diversa gente lo reclama para una cierta gama de ideologías políticas, muchas de las cuales están, entre sí, en irreconciliable oposición. En ocasiones, puede parecer que no era más que un revolucionario confundido que no sabía con certeza a qué se oponía y qué favorecía. Connolly sostuvo diversas opiniones, muchas de las cuales, desafortuadamente, no podré abordar por cuestiones de espacio. Pero al mismo tiempo, sus análisis son únicos en su notable profundidad y claridad. Debido a esto, las citas de su obra pueden permitir que cualquiera reclame que era un defensaor de prácticamente cualquier causa política. En este artículo, pretendo adentrarme en los largamente ignorados aspectos anarquistas del pensamiento de Connolly y hacerme la pregunta de si Connolly era, efectivamente, un libertario.
Connolly, por supuesto, no era un anarquista. Él defendía la acción paralmentarista, a veces defendía formas socialistas de Estado y se consideraba un nacionalista. Posiciones las cuales son contradictorias con el pensamiento anarquista.
Antes que nada, Connolly era un socialista. Y cuando se le pedía que elaborara su teoría socialista, siempre defendía al sindicalismo revolucionario. Los lectores de James Connolly podrán reaccionar diciendo que casi en ninguna parte de la obra de Connolly se encuentra mencionada la palabra sindicalismo. Esto es verdad, pues Connolly prefería utilizar el término “Sindicalismo Industrial” (Industrial Unionism) en lugar de Sindicalismo.
Los leninistas son proclives a decir que Connolly solamente fue un sindicalista en su inocente juventud, pero que para la época de la Insurrección de Pascuas (rol en el cual se aseguró un sitial en la historia) ya había abandonado el sindicalismo. C. Desmond Greaves, autor de la acabada biografía de James Connolly, La vida y la época de James Connolly, escribió que para comienzos de 1916, “no le quedaba más que un débil eco de su sindicalismo”[1]. Esto resulta bastante extraño tomando en cuenta que en la obra más importante de Connolly, “La Reconquista de Irlanda”, la cual fue publicada el 14 de diciembre de 1915, Connolly defiende fervorosamente el sindicalismo, o como él lo llama, el “sindicalismo industrial”. Connolly escribe:
“El principio de la completa unidad en el plano industrial debe ser incesamente perseguido; el sindicato industrial que una a todos los trabajadores en una industria debe reemplazar a esta multiplicidad de sindicatos que estorban y restringen nuestras operaciones, multiplizan nuestros gastos y dividen nuestras fuerzas frente al enemigo común. Con el sindicalismo industrial como nuestro principio de acción, se pueden formar ramas que den expresión a la necesidad de supervisar efectivamente los asuntos de los talleres, astilleros, puertos o de las líneas férreas; cada rama, consistiría de hombres y mujeres asociados por su trabajo sobre las mismas bases técnicas que los sindicatos gremiales que existen hoy.
Añadamos a esto el concepto de Una Gran Unión que abarque a todos, y no solamente tendremos la base de la forma más efectiva de combinar la guerra industrial actual, sino que también la forma de Administración Social Cooperativa de la Riqueza del futuro.
Un sistema social en que los talleres, fábricas, puertos, ferrocariles, astilleros, etc., sean propiedad de la nación, pero que sean administrados por los sindicatos industriales de sus respectivas industrias, organizadas según hemos dicho, pareciera ser el mejor cálculo para garantizar las más altas formas de eficiencia industrial, combinadas con la mayor cantidad de libertad individual respecto al despotismo estatal. Tal sistema, creemos dará a Irlanda las esperanzas más radiantes que todos sus héroes y mártires tuvieron.”
Esto es sindicalismo, lisa y llanamente, y ninguna clase de acrobacias históricas pueden cambiar el hecho de que Connolly fue toda su vida un socialista y un sindicalista. [2]
Como decía anteriormente, Connolly se denominaba un nacionalista. Esto ha permitido que generaciones enteras de nacionalistas irlandeses, de todo el espectro político, reclamen el legado de Connolly.
Ya que el nacionalismo ha sido una ideología dominante del capitalismo y ha afectado profundamente a todos quienes vivimos bajo el capitalismo, el pensar con objetividad sobre esto es todo un desafío.
El nacionalismo es la justificación ideológica del Estado-Nación. Se imagina que los capitalistas y la clase obrera tienen un interés político común; se imagina que los oprimidos y sus opresores, los explotados y sus explotadores, comparten un interés político común solamente por compartir la misma nacionalidad. Defiende la creación o el fortalecimiento del Estado-Nación para proteger tal interés común. Pareciera extraño que Connolly, siendo un socialista, se identificáse con esta ideología.
Pienso que el error de Connolly fue no haber hecho la distinción entre liberación nacional y nacionalismo. Los socialistas libertarios están, en toda circunstancia, en contra de la opresión. Los socialistas libertarios, por tanto, defienden a todos los movimientos de liberación, sea cual sea su forma. Como tales, los socialistas libertarios debieran (aunque frecuentemente no lo hagan) defender a los movimientos de liberación nacional. Donde sea que haya gente oprimida debido a su nacionalidad, todos los socialistas y todas las personas progresistas del mundo debieran defender su derecho a luchar en contra de esta opresión. Pero esto no quiere decir que creamos que esta es la solución. Pese a que los movimientos de liberación racial rara vez sean racistas y que los movimientos de liberación sexual rara vez sean sexistas, desafortunadamente, la mayoría de los movimientos de liberación nacional son nacionalistas, y mientras luchan en contra de un tipo de opresión defienden otro tipo de opresión, aquella ejercida por la Nación-Estado. Los socialistas libertarios deben estar en todo momento concientes de esta complejidad. Desafortunadamente, Connolly no lo estuvo.
Connolly era una suerte de nacionalista, pero jamás creyó que la revolución nacional actuaría como substituto de la revolución social. Duramente, ridiculizó a quienes así lo hicieron en su folleto El Socalismo Básico, al escribir:
“Luego de que Irlanda sea libre, dice el patriota que no se considera socialista, protegeremos a todas las clases, y de no pagar la renta, serás desalojado igual que ahora. Pero quien te desalojará, bajo el mando del comisario, usará uniforme verde y llevará por emblema una harpa sin la corona, y la orden que te dejará en la calle, será estampada con el emblema de la República de Irlanda.
Ahora bien, ¿vale la pena luchar por esto?
Y cuando no puedas encontrar trabajo, al abandonar desesperado la lucha por la vida, ingreses al hospicio, la banda del regimiento más cercano del Ejército irlandés te servirá de escolta a la puerta del hospicio, con las melodías del día de San Patricio.
Ah, qué grata será la vida cuando ese día llegue...
Ahora bien, amigo, yo también soy irlandés, pero poseo un poco más de lógica que esto. Los capitalistas, afirmo, son parásitos de la industria...
La clase obrera es víctima de estos parásitos –de estas sanguijuelas humanas, y es el deber y el interés de la clase obrera el utilizar todos los medios en su poder para derrocar a esta clase parásita de la posición en que se le permite depredar así las fuerzas vitales de los trabajadores.
Consecuentemente, afirmo, organizémonos como clase para enfrentar a nuestros amos y destruír su dominio; organizémonos para expulsarlos de su control sobre la vida pública mediante su poder político; organizémonos para arrebatar de sus garras ladronas la tierra y los talleres sobre los cuales y en los cuales nos esclavizan; organizémonos para limpiar la vida social de la mácula del canibalismo social, de la rapacidad del hombre sobre sus semejantes”.
Claramente, Connolly no ignoraba las divisiones de clases en nombre del nacionalismo, ni pensaba que era necesario hacerlo, debido a su teoría única de nación. Él escribía tan sólo dieciséis días antes de la Insurrección de Pascuas:
“Queremos a Irlanda para los irlandeses. Pero, ¿quiénes son los irlandeses? No los usureros del negocio inmobiliario que poseen las villas miseria; no el capitalista que saca sus ganancias del sudor ajeno; no los siúticos y grasientos abogados; no los proxenetas –mentirosos a sueldo del enemigo. No son estos los irlandeses de quienes depende el futuro. No son estos, sino que la clase obrera de Irlanda, la única base segura sobre la que criar una nación libre.
La causa de los trabajadores es la causa de Irlanda, y la causa de Irlanda es la causa de los trabajadores. No pueden ser separadas. Irlanda busca la libertad. Los trabajadores buscan que una Irlanda libre sea la única compañera de su propio destino, poseedora suprema de todo cuanto hay de material sobre y bajo su suelo. Los trabajadores buscan hacer a la nación libre irlandesa la guardiana de los intereses del pueblo de Irlanda, y para asegurar tal objetivo harán que en la nación libre irlandesa todo derecho de propiedad sea contrario a los derechos del individuo, con la finalidad, en nuestra mente, de que los individuos han de ser enriquecidos por la nación, y no por la usura a sus semejantes”[3]
Como puede verse, Connolly creía que la auténtica nación irlandesa es el pueblo de Irlanda; él dijo una vez “Irlanda sin su pueblo no significa nada para mí”[4]. Él creía que la nación irlandesa no incluía a los capitalistas. Resulta claro que para Connolly la nación irlandesa y la clase trabajadora irlandesa (en el amplio sentido del término) eran sinónimos. Sin embargo, según esta lógica, George W. Bush no sería estadounidense, ni la Reina Isabel sería inglesa. Pero no es esta la única inconsistencia en el nacionalismo de Connolly.
Antes que todo, cuando Connolly dice “Irlanda para los irlandeses”, ¿qué es lo que quiere decir?
¿Quiere decir Irlanda para quienes viven en Irlanda? Ciertamente no, ya que muchos de quienes viven en Irlanda no son irlandeses. Hay muchos quienes viven en Irlanda que se identificarían como estadounidenses, o como británicos, o como canadienses, o como chilenos, o como chinos, etc. Entonces, a menos que Connolly pensara que toda esta gente es irlandesa sin saberlo, tal no podría ser la interpretación correcta de esta consigna.
¿Quiere decir entonces Irlanda para quienes se identifican como irlandeses? Estoy seguro que no. Estoy convencido que Connolly hubiera encontrado detestable la sola idea de que ciertos trabajadores no tuviesen los mismos derechos solamente por su identidad nacional. Me parece que Connolly no estaba realmente pensando en esto que dijo.
Algunos dirán que esta es una crítica injusta. Argumentarán que es solamente en épocas recientes que un número considerable de personas que viven en Irlanda no son irlandeses, un fenómeno del cual Connolly no tuvo ninguna experiencia. Y podrían tener razón, pero no sería un argumento demasiado fuerte.
Connolly era un inmigrante. Creció como un irlandés viviendo en Escocia y pasó 8 años en los EEUU, habiendo vivido en Irlanda por sólo 12 años. Connolly debería haber sabido que el Estado-Nación no era la forma de emanciparse de la clase obrera.
Sin embargo, cuando una nación es políticamente oprimida esa nación se politiza y un movimiento de liberacion nacional surge. Irlanda, a comienzos del siglo XX era una nación absorvida por un movimiento de liberación nacional.
Connolly creía que en la Irlanda que le tocó vivir estaba, por una parte, el imperialismo y el capitalismo británico, y por otra parte, a los irlandeses luchando en contra del imperialismo y por una nueva forma de vida. Connolly creía que esa nueva forma de vida habría de ser socialista, y creía que todas las fuerzas que luchaban contra el capitalismo y el imperialismo en Irlanda debían unirse y luchar juntas.
En Las Clases Trabajadoras en la Historia de Irlanda, su obra más importante, él escribe que la clase trabajadora es “heredera de los ideales irlandeses del pasado –y los depositarios de las esperanzas del futuro”[5]. El socialismo sería la esperanza del futuro.
Connolly fue un gran defensor de la unidad de la izquierda. Él creía que para crear el socialismo todo el pueblo que luchaba por un nuevo sistema social debía de trabajar conjuntamente y debían otorgarse apoyo y solidaridad mutuamente. Aún cuando tal unidad pudiera diluír el mensaje político de los sindicalistas revolucionarios como él mismo lo era, él creía que,
“el desarrollo del espíritu de lucha es de mayor importancia que la creación de la organización teóricamente perfecta; de hecho, la organización teóricamente de mayor perfección puede, debido a su perfección y dimensión, ser del mayor peligro posible para el movimiento revolucionario si tendiera, o si fuera usada, para reprimir y contener el espíritu de lucha y de camaradería en las bases”[6].
Connolly creía en la lucha por el socialismo, por una riqueza social cooperativa, por una República Obrera, por la reconquista de Irlanda; pues el nuevo sistema social, debía ser operado en todos los frentes. Él veía potencial revolucionario en todas las organizaciones autónomas de la clase obrera. Él dió su pleno apoyo al movimiento cooperativista y argumentó que formaba parte de la misma lucha que el sindicalismo. Llegó tan lejos como a apoyar el movimiento por la lengua irlandesa. Pese a que observara un tanto cínicamente que “no se puede enseñar gaélico a un hombre hambriento”[7], Connolly apreciaba el hecho de que el movimiento por la lengua irlandesa fuera un movimiento de “desafiante auto-afirmación y confianza en el poder del mismo pueblo para emanciparse”[8].
Por supuesto, que la preocupación principal de Connolly era el segmento en más rápido crecimiento en la población irlandesa, la clase obrera industrial. Él decía que la clase obrera industrial (asalariados) debieran unirse en sindicatos industriales. Decía que:
“El reclutamiento de los trabajadores en sindicatos que se estructuren de manera semejante a las estructuras de la industria moderna, y siguiendo los lineamientos orgánicos del desarrollo industrial, es la manera por excelencia más rápida, segura y pacífica de trabajo constructivo en que los socialistas pueden involucrarse. Prepara, en el marco de la sociedad capitalista las formas de trabajo de la República Socialista, y por tanto, a la vez que incrementar el poder de resistencia de los trabajadores en contra de la presente embestida de la clase capitalista, les familiariza con la idea de que el sindicato que están ayudando a construir está destinado a suplantar a la clase que controla la industria en la cual están empleados. El poder de esta idea para transformar la seca y detallada labor de los sindicatos en la labor constructiva del socialismo revolucionario... reviste a los sórdidos detalles de los incidentes cotidianos de la lucha de clases de un nuevo y hermoso significado”[9].
Él criticaba duramente en contra del sindicalismo gremial, es decir, a la división de los trabajadores por gremio u oficio, pese a que trabajen en la misma industria y a que luchen en contra de la misma patronal. Señala que si tan sólo una sección de los trabajadores en un lugar de trabajo se van a huelga, la huelga será inefectiva, y argumenta que todos los trabajadores en un lugar de trabajo requieren estar en el mismo sindicato. Además, señala que el sindicalismo gremial crea y estimula el esnobismo gremial. Algunos ejemplos de esnobismo gremial serían cuando los empleados de oficina miran hacia abajo a los trabajadores de la limpieza, o cuando administradores de bajo perfil hacen lo mismo con sus subordinados, o cuando los obreros manuales desprecian las quejas de los trabajadores de cuello blanco. Connolly argumenta que todos los oficios deben unirse, y que los trabajadores deben estar organizados según su industria en Una Gran Unión.
A la vez que creyendo en la unidad de las luchas sociales, Connolly creía en la necesidad de unificar a las fuerzas socialistas en esa lucha. Casi siempre se refería al movimiento socialista como un todo homogéneo, algo que claramente no es. Después de un siglo de “socialistas” como Stalin, Mao, Pol Pot, Trotsky y Lenin, por una parte, o Blair y Schroeder, por otra parte, sabemos lo que significa fingir unidad cuando no la hay.
Connolly no alcanzó a vivir para ver la pobreza de la “social-democracia” ni para ver la brutalidad del leninismo. Nunca logró constatar cuán rápido la gente abandona sus principios una vez instalados en una posición de poder. En parte por esto, pese a que fue un sindicalista, nunca fue un anarco-sindicalista.
En 1908 hubo una división en la IWW (Los “Trabajadores Industriales del Mundo”, una organización particularmente fuerte en EEUU a la cual Connolly dedicó mucho tiempo y energía). La división ocurrió, fundamentalmente, entre el marxista Daniel De Leon y sus seguidores y los anarco-sindicalistas. Es necesario resaltar el hecho de que Connolly se alineó con los anarco-sindicalistas en oposición al marxista Daniel De Leon.
De Leon fue una gran influencia en Connolly, al punto de considerarse De Leonista por muchos años. Sin embargo, una vez en los EEUU, Connolly sintió repugnancia del sectarismo y el dogmatismo de De Leon. De Leon pensaba que, para alcanzar el socialismo, la clase obrera debía elegir para el parlamento a un partido socialista con apoyo de un sindicato industrial fuerte, a fin de crear un gobierno socialista. Él creía que, al hacer esto, la clase obrera controlaría al Estado y apresuraría el socialismo. Creía que la clase obrera debía elegir a su “Partido Socialista Obrero”, un partido que según él era la única organización auténticamente socialista en los EEUU. Él creíá que el socialismo podía ser logrado mediante las urnas, siempre y cuando el voto fuera apoyado por un sindicato industrial fuerte. Él escribió: “El poder del voto revolucionario consiste en la organización industrial cabal de los productores organizados de tal manera que cuando éstos voten, la clase capitalista sepa que detrás de este voto está la fuerza para secundarlo”[10].
Para Connolly esto parecía extraño. ¿Para qué crear sindicatos industriales capaces de impulsar una revolución y capaces de ser los espacios organizativos de la sociedad socialista y luego no usarlos? ¿Para qué crear un movimiento revolucionario capaz de impulsar la revolución y luego hacerlo esperar el “voto revolucionario”? Connolly pensó que tal idea era ridícula. Él creía que:
“La lucha por la conquista del Estado político no es la lucha, sino tan sólo el eco de la lucha. La verdadera lucha es aquella que se libra todos los días por el poder para controlar la industria, y la medida del progreso de esa lucha no se encuentra en el número de votos que se marquen bajo el símbolo de tal partido político, sino que en el número de trabajadores que se unan a una organización industrial con el propósito definido de enseñeorarse del equipo industrial de la sociedad en general.
Esa lucha tendrá su eco político, esa organización industrial tendrá su expresión política. Si aceptamos la definición de la acción política de la clase obrera como aquella que enfrenta a los trabajadores como clase en directo conflicto con la clase propietaria COMO CLASE, y los mantiene así, entonces debemos llegar a la conclusión de que NADA PUEDE HACER SEMEJANTE COSA MEJOR QUE LA URNA. Tal acción elimina toda clase de seccionalismos como puede, y de hecho debe, darse cuando una huelga o un lock-out, y enfatiza el carácter de clase del movimiento obrero. ES, EN CONSECUENCIA, ABSOLUTAMENTE INDISPENSABLE PARA EL ENTRENAMIENTO DE LA CLASE OBRERA SEGÚN UNA LINEA CORRECTA, QUE LA ACCIÓN EN LAS URNAS VAYA DE LA MANO CON LA ACCIÓN EN LA FÁBRICA.”[11]
Como puede verse, Connolly no era un anarquista, sino que defendía cierta forma de De Leonismo a la inversa. De Leon argumentaba que el partido debía impulsar hacia el socialismo, y que el rol de los sindicatos industriales era el de apoyar al partido. Connolly, en cambio, argumentaba que eran los sindicatos industriales los que debían impulsar el socialismo y que el rol del partido era el de apoyar al sindicato. Esta es una distinción importante.
De Leon proponía una revolución que tomara el control del Estado, una revolución conducida por políticos. Connolly proponía una revolución que diera poder inmediato a una nueva forma de organización social, una revolución conducida por los mismos trabajadores. De Leon proponía una revolución política que podría llegar a convertirse en una revolución social. Connolly proponía una revolución social de lleno.
Connolly rechazaba la idea de que elo socialismo podía ser impulsado mediante el control del Estado. Él no creía que las instituciones políticas del presente podrían ser utilizadas para llegar al socialismo. Escribió que:
“Las instituciones políticas del presente son sencillamente las fuerzas coercitivas de la sociedad capitalista que han crecido y se han basado en las divisiones territoriales del poder en manos de las clases dominantes del pasado, y fueron legadas a la sociedad capitalista para acomodar las necesidades de la clase capitalista cuando esa clase derrocó el dominio de sus predecesores.
La delegación de las funciones del gobierno en manos de representantes electos en ciertos distritos, Estados o territorios, no representan una división natural real acorde a los requerimientos de la sociedad moderna, sino que es sobreviviente de la época en que la influencia territorial en el mundo era más potente que la influencia industrial, y por esa razón es totalmente inepta para las necesidades de un nuevo orden social, que debiera basarse en la industria...
La social democracia, como su nombre implica, es la aplicación en la industria, y en la vida social de la nación, de los principios fundamentales de la demcoracia. Tal aplicación necesariamente tendrá que comenzar en el taller, para luego proceder lógica y consecuentemente para abarcar todos los niveles de la organización industrial hasta alcanzar el punto cúlmine de la dirección y del poder ejecutivo nacional. En otras palabras, la socialdemocracia debe proceder desde la base, en lugar de hacer como hace la sociedad política capitalista que se organiza desde la cúpula...
Bajo el socialismo, los Estados, territorios o provincias sólo existirán como expresiones geográficas, pero no tendrán existencia como fuentes del poder gubernamental, pese a que puedan servir de asiento para organismos administrativos...
Como hemos demostrado, el Estado político del capitalismo no tiene cabida en el socialismo; por tanto, las medidas que apunten a poner la industria en las manos, o bajo el control de tal Estado político no han avanzado de ninguna manera hacia ese ideal; no son sino medidas útiles para controlar para restrignir la ambición de los capitalistas y para familiarizar a los trabajadores con la concepción de la propiedad colectiva”[12].
Como se puede apreciar, Connolly no es ningún “Social Demócrata”[13], sino un sociliasta ávido, dedicado a la consecusión del socialismo. Ni tampoco era un socialista estatalista, como puede apreciarse de la cita mencionada. Sin embargo, todo esto, debe ser dicho con ciertas reservas.
Connolly dijo:
“Los socialistas están ligados entre sí en cuanto socialistas, solamente por la aceptación de un gran principio –la propiedad y el control del poder productor de riqueza por el Estado”[14]
Este es claramente un pensamiento socialista de Estado. Está, sin embargo, en directa contradicción con otras cosas que escribió:
“La propiedad y el control estatal no son necesariamente el socialismo –de serlo, entonces el Ejército, la Marina, la Policía, los Jueces, los Carceleros, los Soplones y los Verdugos, todos serían funcionarios socialistas, por ser éstos oficiales del Estado- pero la propiedad del Estado sobre toda la tierra y medios de producción, combinado con el control cooperativo de los trabajadores de tal tierra y materiales, eso sería el socialismo”[15].
Explorar plenamente la concepción de Connolly del Estado, extendería demasiado este artículo, pues requeriría de la profunda consideración de las diferencias entre las concepciones marxistas y anarquistas sobre el Estado. Bastaría decir que tanto anarquistas como marxistas concuerdan con el pensamiento de Connolly de que el Estado es “simplemente las fuerzas coercitivas de la sociedad capitalista...”[16]
Sería, por cierto, ridículo proclamar a Connolly como un anti-estatalista, cuando resulta claro que no lo era. Solamente quiero señalar que la idea de Connolly de la República Obrera no es lo mismo que la “República Socialista” que existió en ninguno de los países leninistas en el mundo. Ni tampoco era lo mismo que la “República de Irlanda” actual.
Connolly defendía una “riqueza social colectiva”. Una sociedad en la cual toda la propiedad productiva sea poseída colectivamente y administrada en cooperativas democráticas, que a su vez, estarían organizadas según un modelo cooperativista, industria por industria, región por región. Connolly demandaba una “Democracia Social” real, en oposición al fraude de la “Democracia Política” que tenemos hoy en día. Él quería al conjunto de la sociedad manejada y organizada democráticamente para beneficio del conjunto de la sociedad.
Los lectores rápidamente notarán que los errores en el pensamiento de Connolly son los mismos que han plagado a toda la izquierda irlandesa desde su muerte, y están en lo correcto. Sus posiciones incoherentes respecto a la cuestión nacional han sido repetidas incesantemente hasta los ‘70s, cuando comenzaron a ser cuestionadas por algunos grupos socialistas. Y su aceptación de la coja teoría marxista del Estado está sólo recién comenzando a ser cuestionada. Estos errores han resultado en políticas desastrosas frecuentemente defendidas por la izquierda revolucionaria; políticas que han variado desde la defensa del estalinismo (Partido Comunista) hasta la defensa y la participación en el terrorismo (IRSP). Sus errores también han otorgado refugio a las impotentes políticas de la izquierda reformista de Irlanda, de que “los trabajadores deben esperar”.
Frecuentemente, uno se pregunta ¿por qué Connolly luchó en 1916 cuando sabía que “concurrían a ser masacrados”[17] y pese a que sabía que una revolución nacional no sería fácilmente encausada hacia una revolución social?. Hay una famosa anécdota, que él dijo a los socialistas que luchaban en 1916 que conservaran sus armas porque después de la insurrección tal vez tendrían que luchar en contra de quienes recién habían luchado a su lado. La respuesta más sencilla es que pensaba que una revolución nacional debía ser una revolución social para triunfar. Irlanda no sería libre hasta que la clase obrera de Irlanda no fuera libre. Y por ello, pensaba que una revolución nacional podría conllevar a la revolución social. Claramente, la revolución social no ocurrió, pero estuvo muy cerca de ocurrir.
Vale la pena recordar que tanto la influencia que tuvieron Connolly así como la clase obrera en la Revolución Nacional de Irlanda aseguraron que el Programa Democrático de la República Irlandesa, acordado en la primera sesión del primer Dáil (Parlamento Irlandés), el 21 de Enero de 1919, diga:
“Declaramos, en palabras de la Proclamación Republicana Irlandesa, el derecho del pueblo de Irlanda a la posesión de Irlanda... declaramos que la soberanía nacional se extiende... a todos sus recursos, a toda la riqueza, a todos los procesos que producen riqueza en la Nación,... declaramos que es deber de la Nación que todos los ciudadanos tengan oportunidad de utilizar sus fuerzas y facultades en servicio del pueblo. A cambio de este servicio voluntario, nosotros, en nombre de la República, declaramos el derecho de todo ciudadano a una adecuada proporción del trabajo de la Nación...
También debiera llevar al Gobierno Nacional a la búsqueda... de un nivel de Legislación Social e Industrial con vista al mejoramiento general y duradero en las condiciones bajo las cuales la clase trabajadora vive y trabaja...
Declaramos y deseamos que nuestro país sea gobernado de acuerdo a los principios de Libertad, Igualdad y Justicia para todos...”
Si esto pareciera radical, la propuesta original del programa democrático lo era aún más. Incluía el párrafo:
“Será propósito del Gobierno el estimular la organización del pueblo y los ciudadanos en Sindicatos y Sociedades Cooperativas, con vista al control y la administración de la industria por los trabajadores ocupados en cada industria”[18].
Estos párrafos extraídos de uno de los documentos fundacionales de la República Irlandesa indican las intenciones revolucionarias de muchos militantes republicanos durante la Revolución Nacional en Irlanda, una revolución que contó con la masiva militancia de la clase obrera, que declaró Soviets en Cork y Limerick, y con obreros que frecuentemente ocupaban sus lugares de trabajo. ¡Todo esto ocurría en Irlanda, donde tan sólo 5 años antes las semillas de un movimiento socialista apenas si existían!
Esto demuestra lo cerca que estuvo Irlanda de la Revolución Social que Connolly soñó y por la que dio su vida. Esta Revolución no puede ser alcanzada por medio de negociaciones, del parlamento o de un Golpe de Estado. Esta revolución solamente seráalcanzada cuando la gente común y corriente en el mundo, nosotros, la clase trabajadora, no estemos más de rodillas y recuperemos lo que por derecho nos pertenece; es decir, todo.
[2] Pese a que antes de ir a los EEUU su sindicalismo estaba menos desarrollado, así como su política en general.
[3] “The Irish Flag, James Connolly: Selected Writings” (ed.) P. Berresford Ellis (Pelican Books, 1973), p.145.
[4] Ibid., p.38.
[5] James Connolly, “Labour in Irish History”, (New Books Publications, 1973), p.124. Hay versión en castellano, “Las Clases Trabajadoras en la Historia de Irlanda”
[6] “Old Wine in New Bottles, James Connolly: Selected Writings” (ed.) P. Berresford Ellis, p.176.
[7] “James Connolly: Selected Writings” (ed.) P. Berresford Ellis, p.47
[8] “The Language Movement” ibid., p.289
[9] James Connolly, “Socialism Made Easy” (The Labour Party, 1972) pp.43-44.
[10] C. Desmond Greaves, “The Life and Times of James Connolly”, p.190
[11] James Connolly, “Socialism Made Easy”, p.51
[12] Ibid., pp.41-43
[13] Por social-demócrata, me refiero a aquellos partidos organizados en o alrededor de la Internacional Socialista. En Irlanda, estos partidos son el laborista y el SDLP. En Inglaterra, es el partido laborista. En Alemania, los social-demócratas. En Francia, el Partido Socialista, etc.
[14] “Labour Nationality and Religion, James Connolly: Selected Writings” (ed.) P. Berresford Ellis, p.68.
[15] “State Monopoly vs. Socialism, James Connolly, Erin’s Hope: The End and the Means and the New Evangel: Preached to Irish Toilers” (New Books Publications, 1972) pp.27-28
[16] Donde diferimos, sin embargo, es en que los marxistas sostienen que para alcanzar la Revolución Social se precisa de una revolución política que ponga a la calse obrera en el control del Estado, convirtiéndolos en la clase dominante. Los anarquistas objetan a esta idea diciendo que la transición de una sociedad de clases a una sociedad sin clases no debe involucrar la creación de una nueva clase dominante. Se argumenta que para construir el socialismo se requieren de nuevas formas de organización social que permitan que todos tomen parte en ella, para así permitir la administración cotidiana de la sociedad sin clases. El objetivo es que la revolución social dé poder a estas organizaciones. Algunos marxistas, los marxistas libertarios, creen que esta es una falsa dicotomía, y argumentan que con la creación de nuevas formas de organización social socialista, los anarquistas quieren dar el poder a la clase obrera. Al darle poder a la clase obrera, la convertirían en clase dominante y es esto a lo que ellos dicen que se refieren cuando hablan de un Estado Socialista.
[17] Murmuró esto a William O’Brien en el día de la insurrección.
[18] S. Cronin, “Irish Nationalism” (The Academy Press, 1980) p.322.